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INSTRUCCIONES PARA ENTRAR AL AÑO DE CHERNÓBIL

Foto del escritor: Paola Valverde AlierPaola Valverde Alier

Me hubiese encantado decirles que para entrar a esta poesía deben verter carbono 14 sobre los versos, examinar con pinzas las palabras. Quizá no hubiese estado equivocada: bastan 4 lágrimas. La primera vez que leí este libro navegué la superficie. La segunda vez caí en un pozo de 1986 metros. Sus páginas son como las capas de la tierra, o las de una cebolla, cuyo nú-cle-o es capaz de envenenarte.  En este tiempo de premios y política cualquier poeta hubiese amado llegar a este libro, cualquier poeta hubiese querido escribirlo, porque es redondo, porque es sencillamente perfecto. Y entonces recuerdo el día en que leí los Sonetos de la muerte y pensé en Gabriela Mistral cuando recibió el Nobel de Literatura, estoy segura que ella hubiese preferido que su amor siguiera intacto. Lo habrá pensado también Nelly Sachs cuando fue galardonada. Nadie merece vivir (o sobrevivir) un holocausto.

 

Angélica posee una pequeña mano asesina que desanda el mundo. Tiene un ojo puesto en el presente y otro que apunta a todas las direcciones. En el año de Chernóbil la autora se desdobla, tiene 10 años y en ese instante el mundo entero conoce la mano de Dios. Nadie supo nada del accidente en ese momento, aunque ya el daño estaba hecho. El mundial de fútbol transcurría y las deidades de la nueva humanidad eran televisadas hasta volverse inmortales. Es el año de Chernóbil, quién sabe cuántas tragedias más. Son historias que se repiten, piezas que se sueltan como esta maraña de hilos calcinados sobre un nombre. Lo que no se dice/ es lo que te nombra escribe la autora. Y yo abrí los ojos bajo el agua. Ahora soy otro pez más que nada en los restos de un material radioactivo.

 

Pero también soy una espía que rompe los candados para leer el diario.

 

Entonces veo todo lo que no quiero ver:

Al día siguiente del dolor, el dolor se irá cayendo, cayendo/ y hará de ti/ su nueva casa.

La foto se difumina. La niña cae de los hombros de su padre para luego preguntarse: ¿Se curarán del frío las palabras?

La palabra padre/ es un pie quebrado, afirma la autora.

El lente vuelve a enfocarse y la poesía lanza su red.

 

Angélica es una tejedora, su corazón, atravesado por agujas, teje. Sabe atar lo que está suelto y desatar la bomba. La bomba también puede ser sanadora como un salto al vacío. En el año de Chernóbil alguien cierra los ojos y descuida una prueba nuclear. Omite las señales, hace caso omiso a las alarmas. Y aunque manden bomberos para apagar el incendio la radiación se expandirá por toda la ciudad. Habrá que evacuar sin explicación alguna, nadie podrá justificarlo. Días más tarde, años más tarde, las pieles sobrevivientes serán el vestigio de una flor atezada.  Todo arderá por dentro porque el dióxido de uranio es silencioso y en un incendio lo que te mata es lo que respirás.

 

Quisiera decirles que esta es alta poesía. Hundirme y desmenuzar los hallazgos; hablarles del manejo del lenguaje, las estructuras. Quisiera entrar en cada detalle: la unidad temática del libro, las palabras que aparecen y desaparecen para, páginas más tarde, sorprenderte y volver al tejido.  Y quizá tenga razón, esta es alta poesía. Pero yo no vengo a hablar de eso, yo vengo a contarles que esta búsqueda es el resultado de una sanación. Una idea que es un clima, una voz que la atraganta. Imágenes poderosas trabajadas con inteligencia y delicadeza absoluta. Porque Angélica sabe lo que hace, lo ha sabido siempre.

 

Vayamos a un poema:

 

Vi a mi hermano doblado sobre sí

por la ira del padre contra el hijo.

 

Un trompo que busca la quietud pierde su centro

se disloca

engulle la velocidad

para apaciguar la caída.

 

Despierten los sentidos. Este es un libro de valentía, un libro escrito con tinta transparente; un libro en que la poeta atraviesa la sombra y abre su pecho para mostrarnos la potencia de su radiación. Esta es una obra para abrazar a la niña y tomarla en brazos. Nadie debió descuidar la prueba de seguridad del reactor nuclear de la central Vladimir Ilich Lenin esa noche. Nadie debió descuidar a la niña.


Textos seleccionados


Fui a Chernóbil huyendo de mi madre

 

Llevaba un tren que iba y venía por la niebla, una Ítaca invisible para sortear la noche.

 

Llegué, aterricé, salté, me caí. Eran las 8:00 en el verano del 76, es decir que iba y venía

 

–gran misterio– hilo tejido fuera del tiempo, desboronándose.

 

El mundo era un trozo de tela y fuego. Pedacitos de papel flotando. Pajaritos con la punta de las alas incendiadas. Soldadito de plomo mutilado por el viento.

Antes de nacer fui a Chernóbil y huyendo de Chernóbil llegué a mi madre.


1986: Buenas noticias tomadas de mi diario

 

8 de febrero

 

Regresa el cometa Halley, mi abuela y yo estamos desbordadas. –Se vale desbordarse–.

Registro el dato con la siguiente aclaración: En su obra Meteorología, Aristóteles refiere que el tercer año de la septuagésima quinta olimpiada cayó del aire una piedra en Egospótamos tras ser levantada por el viento “y entonces coincidió que surgió un astro con cabellera por poniente”.

La fecha coincide, según la fuente. Pero no fue Aristóteles quien vio caída y cometa, sino Anaxágoras, quien habitaba con todos sus huesos en el norte de Grecia.

Afirman que lo predijo, pero tal dato es incierto, como sucede a menudo si confundes poética y realidad.

La roca levantada por aquel viento era del tamaño de un vagón y fue una atracción turística en Helosponto por más de 500 años.

La edición en curso de Escuela para Todos –es decir, la de 1986– refiere que en el Tapiz de Bayeux el cometa surca el cielo como un presagio del desastre (eso fue sin duda la invasión normanda para Harold, el usurpador; en cambio para Guillermo –no de Ockham, otro Guillermo– fue todo lo contrario).

Algo bordado con esmero sobrevive al tiempo, también algunos libros trascienden con las palabras invertidas.


Un cometa es un libro que se desdobla y se reescribe. El Halley, por ejemplo, cada 76 años. En 1910, el año del terremoto, dejó ver su larga cola transformada en agua. Mi abuela no cree en los presagios. Solo en coincidencias.

 

 

25 de febrero

 

Sería hermoso llamarse Corazón Aquino y ser presidenta de Filipinas.



Si fuera de nuevo el año de Chernóbil

 

Y al abrir la puerta una mañana tuviera ante mi

los pastos ardientes del verano.

 

Mariposas afiladas de hoja fría carcomiéndose el futuro.

 

  Ruedas de espanto doblegadas por el hilo.

 

  Miro de frente el pasado y he perdido el nombre.



Memoria I

 

Ese golpe, ese gozo, ese gorjeo del ojo caído en la revuelta.

Ese pájaro cegado por la huida.

 

Memoria II

 

Bajo la sombra de una nube en la pared de la escuela

hay un escudo y un número: un año que se contiene a sí mismo. Tres serpientes se alzan y se muerden la cola.

Una de ellas le bastaría a mi madre para salir huyendo. Todo año con un número infinito es un año memorable.

Si ese muro fuera un día cubierto por la hierba los números

buscarían su luz en las palabras.



Aprendió a flotar en pozas y diques improvisados

 

No yo, sino mi hermana.

 

Mi pulgar

es una huella dactilar que se enrosca

la espiral que forma el vacío cuando succiona el agua.

 

Cada huella es única, pero esta se duplica en la palma de mi mano.

 

En un viejo manual de quiromancia, si vas de Shelley a Celan y atas por una cuerda a Virginia y Alfonsina, verás que es la huella de los ahogados.

También la de Crisipo que no murió en el mar, ni en un río ni siquiera en una cuba.

Murió ahogado por su risa.

 

No te rías. Si no sabes nadar

nunca

irás de buzo a Chernóbil.



Sobre Angélica Murillo

Nace en San José de Costa Rica en 1976. Comunicadora Social con énfasis en Periodismo por la Universidad de Costa Rica. Dirigió el Taller Literario Elipsis de la Universidad de Costa Rica (2006-2007) y fue cofundadora del grupo literario Estudio Poiesis (2002). Ha publicado: Variaciones en torno a la trayectoria de una hormiga (Perro Azul, 2010); Sobre el amor filial y otras desviaciones (Espiral, 2011) y Circomística (Espiral, 2013). Recibió una Mención de honor en el III Concurso Internacional La Revelación (España, 2009) y el Premio al Mejor Videopoema en el VIII Concurso Internacional de Poesía Breve La Vanguardia (España, 2009). Sus poemas se encuentran antologados en diversas colecciones publicadas en Chile, México, Guatemala, Colombia, Italia y Costa Rica.

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