No hay coincidencia en el aumento de los gobiernos populistas en el mundo.
El sentimiento de impotencia, de la pérdida de control sobre su vida. La fatiga y el desencanto democrático que nos ha traído la mundialización, el endeudamiento y la creciente desigualdad. Esta ideología que retrata “el verdadero pueblo” como un pueblo amenazado por una minoría selecta o rectora, corrupta, egoísta y desconectada de los problemas de los demás. El populismo destaca el miedo del desconocido, de la diversidad racial, sexual o étnica y el pluralismo religioso. El dirigente siempre es carismático, él está en todos los medios de comunicación, demagogo elegido por medios democráticos con discursos ofensivos, mentiroso y con un programa cambiante a merced del viento.
Para luchar contra los populistas, hay que romper su mito victimario. Ellos buscan la provocación con el fin de ser condenados al ostracismo que los envuelve en un aura de mártir. “Ellos contra nosotros”, salvadores de un pueblo que promulgan que solo ellos pueden comprender las necesidades y la voluntad. Los populistas son jaguares de papel, líderes de arena, los reyes desnudos de los cuentos de Andersen. Hay que confundirlos con el debate, la transparencia y la confrontación pública. Rechazar la confrontación es arruinar una oportunidad para hacerlos enfrentar públicamente sus contradicciones y sus mentiras.
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